¿Qué hacen ahí parados, mirando al cielo?
Esta es la pregunta que los dos hombres vestidos de blanco hacen a los discípulos después de que Jesús ascendiera al cielo y una nube lo ocultara de su vista. Todos sabemos por qué miran al cielo. Es porque su amigo Jesús acaba de dejarlos (¡otra vez!). Y deben sentir una mezcla de tristeza y añoranza en sus corazones. "¿Por qué tiene que irse otra vez?", deben preguntarse. Y "¿Qué hacemos ahora?".
Si algo sabemos sobre la vida espiritual, es esto: debemos acostumbrarnos siempre al cambio. Dios se nos aparece, nos hace sentir su presencia de maneras siempre cambiantes. Dios siempre está tratando de hacer algo nuevo con nosotros. Y debemos mantener los ojos de nuestro corazón abiertos y alerta, atentos al más mínimo cambio, al más mínimo movimiento. Esta es nuestra tarea. Creo que los dos hombres vestidos de blanco intentan consolar a los discípulos, recordándoles esto, como si dijeran: «No se preocupen, Jesús volverá... de una manera nueva». Pero para verlo en su nueva manifestación, no pueden estar mirando al cielo. Necesitan mirar a su alrededor, el uno al otro, a la gente, al mundo. Porque ahí es donde Jesús quiere aparecer de nuevo. En lo cotidiano.
Al final de la misa, también nosotros podemos sentir la tentación de quedarnos allí y mirar a la Virgencita sobre el altar, o al Santísimo Sacramento en el sagrario, esperando una sensación especial. Pero, en cambio, creo que estamos llamados y enviados al mundo para poner en práctica el amor que experimentamos en la misa y para buscar y encontrar a Jesús, que está presente a nuestro alrededor. Somos enviados a dar testimonio de las dificultades de los demás, de las preocupaciones de las madres solteras, de los temores de los feligreses indocumentados, de la realidad de tantas personas que se sienten vulnerables. No podemos ser indiferentes a las necesidades de quienes nos rodean. San Agustín dice esto de Jesús Ascendido: «Cristo ahora está exaltado sobre los cielos, pero aún sufre en la tierra todo el dolor que nosotros, los miembros de su Cuerpo, tenemos que soportar». Que también nosotros demos testimonio del sufrimiento de Jesús que está en los demás.
Esto es vivir la Ascensión.