Y a ti, una espada te atravesará el alma
Estas son las palabras del hombre justo y devoto, Simeón, a María, con ocasión de la presentación del niño Jesús en el templo. Llevaba mucho tiempo esperando el día en que el Cristo aparecería. Toma al niño en sus brazos y, entre otras cosas, le dice a María: «Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma».
María tuvo que sentirse profundamente consolada por haber dado a luz al Salvador, pero estoy seguro de que su alegría estuvo todo el tiempo teñida de tristeza y tormento al ver cómo trataban y torturaban a su hijo, y cómo lo mataban; su propio corazón, sin duda, fue traspasado junto con el de su hijo. Resulta que la encarnación de Dios significaba que Dios en sí mismo, junto con su familia, sufriría los peores sufrimientos posibles.
Estas últimas semanas he sido testigo de la angustia, la tristeza y el trauma de las familias al contemplar lo que podría suceder debido a las órdenes ejecutivas en torno a la inmigración. Es nada menos que horrible. Ocupa cada momento de nuestro día. Claramente, estos no son los Estados Unidos de América en los que pensábamos que vivíamos.
Dicho esto, sabemos que no somos ajenos a la adversidad, a las pruebas, a la tribulación. No hemos llegado tan lejos en la vida sin nuestra cuota de sufrimiento. Y ciertamente no hemos elegido seguir a Aquel que era ajeno a los sentimientos que estamos teniendo. Él ha estado allí antes; también su Madre.