Discurso inaugural de Jesús
La semana pasada experimentamos la inauguración del 47º presidente de este país. Es probable que quienes estén leyendo esto tengan sentimientos fuertes sobre el nuevo presidente, ya sean positivos o negativos. He dicho a menudo, y sigo diciendo, que los cristianos estadounidenses no deberían sentirse demasiado cómodos ni en el partido Demócrata ni en el Republicano hoy, ya que ninguno de ellos tiene una plataforma que nosotros, como seguidores de Cristo, podamos adoptar plenamente. En cambio, buscamos en las lecturas de hoy la plataforma que Jesús propone.
En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, escuchamos que todos nos necesitamos unos a otros de la misma manera que un cuerpo necesita todas sus partes. “El ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’, ni tampoco la cabeza a los pies: ‘Ustedes no me hacen falta”. De la misma manera, realmente no podemos decirle a otra persona: “Eres menos importante o menos valioso que él o ella”, o “No importas porque no tienes papeles”. No, todos tenemos un valor infinito. Todos somos hijos e hijas de Dios. Punto. Nada ni nadie nos puede quitar eso. Y así como los ojos, los brazos y las piernas pertenecen a un solo cuerpo, también todos pertenecemos unos a otros. Un solo cuerpo.
El evangelio de hoy es como el discurso inaugural de Jesús. Está comenzando su ministerio público y regresa a su ciudad natal de Nazaret. Describe sus prioridades, como lo haría un nuevo presidente. Esta es la plataforma de Jesús: llevar buenas nuevas a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, la curación a los ciegos. Dar libertad a los oprimidos. Su corazón está en los pobres, los que tienen menos, personas en un estado del ser con el que todos podemos identificarnos en algún momento de nuestras vidas. Estamos invitados a tener nuestros corazones enfocados en los pobres, los sin tanto.
Este fin de semana comenzamos la Semana de las Escuelas Católicas. Es mi esperanza y deseo que los estudiantes de las Escuelas Católicas y especialmente de la Escuela de Nuestra Señora crean en lo más profundo de sus corazones que son infinitamente buenos, que son Hijos e Hijas de Dios. Que tienen un valor que nadie les puede quitar. Que se pertenecen unos a otros. Y a Dios. Y que siempre compartirán sus talentos al servicio de los que menos tienen. Amén.