Cuando leo el evangelio esta semana, donde Jesús dice que un buen pastor da su vida por sus ovejas, pienso en San Óscar Romero de El Salvador. Era un obispo, un pastor, y ciertamente dio su vida por sus ovejas. Cuando comenzó como obispo, era un hombre tranquilo y algo alejado de las realidades que enfrentaba la gente. Pero una vez que se convirtió en obispo de San Salvador, comenzó a conocer las realidades de los campesinos. Al final se sintió obligado a dar homilías dominicales por radio durante las cuales recitaba los nombres de las personas que habían sido asesinadas por los escuadrones de la muerte salvadoreños. Y al final le costó la vida. Fue porque no podía guardar silencio ante las injusticias que se cometían, especialmente contra los pobres.
También estamos llamados a ser buenos pastores y a hablar en nombre de la justicia. El fin de semana pasado no me vieron en la parroquia porque el domingo viajé al norte, a Sacramento, para acompañar a los jóvenes de nuestra parroquia quienes, junto con jóvenes de la Provincia Jesuita del Oeste, hablaron sus verdades el lunes a los oficiales elegidos de la asamblea estatal y a los senadores. Fue impactante y conmovedor escuchar a nuestros jóvenes dar testimonios sobre temas que son importantes para ellos: la vivienda, nuestra casa común (medio ambiente), y la inmigración. Para cada una de estas cuestiones, existen correspondientes proyectos de ley concretos que instamos a nuestros funcionarios electos a apoyar.
¿Qué significa ser un buen pastor? Significa cuidarnos unos a otros y especialmente a los más pequeños entre nosotros. Que Cristo resucitado, el Buen Pastor supremo, que dio su vida por nosotros, nos inspire a imitarlo al alzar nuestra voz, decir nuestras verdades y tratar de convertirnos en el cambio que esperamos ver en nuestro mundo, ayudando a hacer nuestro mundo el lugar que Dios quiso que fuera para nosotros. Amén.