Aunque el apóstol Tomás se ha ganado mala reputación como “Tomás el incrédulo”, estoy agradecido por su historia. Él representa a cualquiera de nosotros a quienes hemos visto aplastadas nuestras esperanzas y expectativas, que creo que somos todos nosotros. Acaba de presenciar a su amigo y maestro sufrir una muerte horrenda y tortuosa. Antes de que pueda empezar a creer que la historia podría terminar de otra manera y que su amigo podría haber resucitado de esa terrible muerte, necesita pruebas. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”, declara. ¡Bien por ti, Tomás!
Veo la misma reacción en una persona a la que le han quebrantado el corazón en una relación amorosa mientras se toma su tiempo antes de iniciar una nueva; la misma vacilación en una pareja que experimenta un aborto espontáneo mientras intenta quedar embarazada nuevamente; la misma duda sobre un miembro de la familia que decide cambiar sus costumbres y dejar el alcohol: ¿realmente cambiarán esta vez? Nuestros corazones son tan frágiles, y duele tanto tenerlos quebrantados, que queremos tener MUCHO cuidado antes de volver a tener esperanza.
Y, sin embargo, estamos invitados a tener esperanza nuevamente. Durante el Via Crucis escuchamos testimonios conmovedores de personas a las que se les rompió el corazón: como inmigrantes, como una esposa con un esposo alcohólico, como un hijo que como hombre maduro no puede visitar a su madre en México, como una madre joven en su hogar que se inundó rápidamente el 22 de enero. Todos y cada uno de ellos han encontrado o están encontrando la manera de volver a tener esperanza. Nos animamos en Tomás, que es honesto con Jesús acerca de su corazón quebrantado. Nos damos cuenta de que Jesús nos encuentra en nuestra desilusión, tristeza y miedo, y nos encuentra allí, tal como encontró a Tomás en su corazón quebrantado. En efecto, nos atrevemos a volver a tener esperanza, porque en Jesús tenemos a quien nos encuentra allí donde estamos y luego nos conduce fuera de nosotros mismos hacia él.